cadáver exquisito

Hay una asociación de veterinarios en el portal de mi casa, temen perderse y anotan todo en cuadernos grandes. Es un grupo extraño que da tallarines a sus mascotas y vestidos de minigolf a sus empleados. Revisan sus dientes como si fuesen cazadores, dicen que beber gaseosa es bueno y llevan rosados llaveros de cisnes colgando siempre del cuello.

A veces se les ve afilando ramas detrás de grandes mapas, como adolescentes con flautas o momias de lavanda. Hay protestas en el edificio, que parecen inflar sus máscaras. Se oye ladrar a los perros a través de las ventanas, enmarcando un cautiverio hecho de criaturas de silicona y peregrinos latiendo empapados en sus barbas.

Es una guarida, un fugaz camarote de orejeras y anzuelos, un velorio de zombis bailando un vals de hojas secas. El perpetuo reflejo del marfil se mezcla con la paja y su espina, conduciendo a un pentagrama con funda, en el que el lago, soberbio, escribe piano su ritmo.

(Susana Vegas. Cadáver exquisito)

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